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Las anillas del Planeta Rojo
Había una vez un planeta rojo de tierra triste,
un solitario lugar de ásperos vientos y montañas quebradizas,
en sus amaneceres, el Sol soplaba con fuego ardiente dibujando
serpientes de ceniza que culebreaban entre las rocas.
De día, aquel lugar de polvo y calor resonaba con el eco del Sol,
pero de noche, una Luna de mármol le cantaba melodías de amor.
El día de la noche larga llegó.
La Luna enamorada cargó en su menguante nueve semillas,
a escondidas, decidió bajar a ese planeta de triste en-canto,
sembró las semillas entre montañas, grietas y solitarias llanuras
pero al rajar aquella tierra triste algo comenzó a cambiar,
su mármol destello comenzó a invadirse de rojos.
La Luna se había contagiado de soledad.
Enferma, la Luna de sangre creciente comenzó a llorar.
Los cráteres se inundaron, los ríos borraron las serpientes
y lagunas crecieron en sus llanos
pero antes de esconder la última semilla el Sol regresó,
Al ver aquella desdicha, el Sol conmovido por la tierra mojada
Protegió a la Luna rota en una cueva de roca y cristal.
Esa mañana el Sol desolado sopló con rabia y ardor,
las semillas germinaron.
Así es como nacieron 8 rosales escarlatas
que con un brillo de terciopelo consolaron al Sol.
Un astrónomo vigilante notó el brillo nuevo de aquel planeta de rosas,
Motivado por el destello emprendió un viaje a esa tierra escarlata
al llegar construyo edificios en sus montañas, casas con sus ramas,
y máquinas con su tierra, ensució los cráteres,
secó los ríos y arrancó las flores
y cuando nada quedó, el hombre murió.
El Sol al ver marchitos los rosales buscó a la Luna
y roto de pena le rogo sembrar su última semilla.
La Luna, encandilada, no supo que hacer,
pues el tiempo la había dejado seca de lágrimas.
Pero al ver la tristeza del Sol, regó la última semilla con su sangre.
El sol sopló y el rosal de sangre comenzó a crecer,
de la tierra ensangrentada brotaron tallos carmesí con
extensiones puntiagudas que defendían cada rosa,
espinas envenenadas de soledad protegían cada flor.
Y en aquella cueva de roca y cristal, vigilado por el Sol,
vive el último rosal que florece cada mañana y canta cada noche.
Cuenta la leyenda, que la Luna de aquel planeta rojo, no volvió a salir.
Dicen que murió al dar hasta su última gota de sangre para que el rosal floreciera.
Otros dicen que sigue en aquella cueva protegiendo el rosal de los viajeros
y juran que de noche, es ella quien canta.